miércoles, 5 de noviembre de 2014

Paseando por el Cementerio Inglés




Suele ocurrir que lo que tenemos más cerca lo dejamos sin conocer porque sabemos que lo tenemos a mano. También suele ocurrir que a la vuelta de la esquina  existen lugares insólitos, hechos extraordinarios, personas maravillosas o personas malévolas que pasan por normales pero que la cotidianidad los deja relegados a la indiferencia. Siempre buscamos lo exótico, lejano, la pompa y circunstancia.

Digo todo esto porque en mi barrio, Carabanchel, me enteré hace algunos años que existía un cementerio muy peculiar, el Cementerio Inglés, pero claro, está ahí al lado, ya iré. Carabanchel no tiene muy buena fama, será por la antigua cárcel, hoy derribada por una de esas decisiones incomprensibles, será por ser un barrio obrero, será por qué se yo, pero no será por no ser un distrito con mucha, muchísima historia. Palacios y conventos,  asentamientos romanos con mosaicos increíbles pegados a la iglesia más antigua de Madrid, restos prehistóricos antiquísimos de antes del hombre y después del mismo... todo esto daría para muchas y variadas entradas de este blog, pero de momento solo hablaré de este rinconcito.


El Cementerio Inglés guarda, como si fuera un oasis en medio de la urbe, muchos tesoros de la historia de la España del último siglo y medio, una de esas rarezas que da gusto conocer y que nos sumerge en lo más oscuro y lo más glorioso del espíritu humano, siempre eterno, pasen los años que pasen.


1 de Noviembre. Día de Todos los Santos. Una prima mía y yo retomamos una tradición pactada desde hace tiempo, la de visitar algún cementerio en estas fechas, porque para nosotras los cementerios no son lugares lúgubres o tétricos (salvo alguno, claro) sino todo lo contrario. Lugares donde el silencio  amansa y donde se nos enseñan muchas cosas de la vida de personas que, aunque ajenas, se nos presentan cercanas a través de los mensajes de sus lápidas. Aunque solo figure su fecha de nacimiento y muerte, con esas pequeñas pistas sobre su existencia, su profesión, sus hijos, nos enseñan que al final el tiempo vuela y que todos nos parecemos en amores y dolores, enfermedades, sentimientos y pérdidas, tanto si nuestra morada está en un fastuoso panteón o bajo una quebradiza lápida cuyas inscripciones están ya borradas por el tiempo, la vegetación y el olvido de los vivos.



No voy a hablar de su historia o ilustres moradores, para eso tenéis varias webs donde se da bastante información. Tan solo diré que fue creado en 1854 por el Gobierno Británico ante la falta de un lugar de enterramiento para personas de fe no católica, que cuando morían eran, por ejemplo, arrojadas a pozos o algo peor. Pues sí, mucho golpe de pecho pero luego parece ser que si no eras católico pues no tenías alma, sentimientos, no eras nadie, ni un padre o madre ejemplar o un ser humano y punto. Triste, pero es así. Parece que vamos cambiando en esto, pero llama la atención que el Madrid de 1800 pasaran esas cosas... o no, lo dejo a vuestro criterio.



Pasearse entre esas tumbas y sumergirse en estas historias contadas entre susurros es como revivir a modo de "película" momentos vívidos de importantes banqueros, de empresarios del espectáculo, de aventureros americanos que desde Oklahoma llegaban aquí vete tú a saber porqué, de masones con sus símbolos y pirámides, de pintores enamorados de un país como el nuestro, de madres y padres amantes de sus hijos fallecidos en una u otra guerra, de bailarinas que siguen danzando a modo de saludo, de matrimonios mixtos, de judíos atrapados en la azarosa y vengativa historia y también de personas de confesión ortodoxa. 



El nombre de una persona hace que su ser perviva, así pensaban los egipcios, y pronunciando aquellos que se nos antojan extraños a ojos españoles, parecía al menos reconocerles que, aun estando en un lugar  tan ajeno a su patria, les mostramos nuestros respetos estén donde estén. También saben escuchar los problemas que nos oyen comentar a  los vivos, mientras descansamos en un banco o entre paso y paso, problemas que ellos ahora ya miran de lejos, con la serenidad que da la sabiduría.



Cuántas vidas truncadas y cuántas historias de las que aprender visitando este cementerio. Y es que la vida y la muerte al final es igual para todos, de verdad. Lo que hacemos en ella y lo que perdura tras la misma es lo que marca la diferencia. Esas personas siguen "hablando" a través el tiempo, entre cipreses y flores, un lugar lleno de paz que merece la pena descubrir y que os recomiendo.



¡Feliz visita!



Enlaces:

- Web del Cementerio Inglés 


- Mi Cámara y Yo

- El Cajón del Maestro: 



 Calle Comandante Fontanes, 7

Madrid