jueves, 24 de septiembre de 2015

Dicen que la nostalgia no es buena










Dicen que la nostalgia es insana y que recrearse en el ayer, en el cualquier tiempo pasado fue mejor, es irreal porque la pátina del tiempo dulcifica los recuerdos e incluso inventa otros que jamás tuvieron lugar.

Dicen que cerrar los ojos e intentar regresar a un lugar que ya no existe, con unas personas que han cambiado o ya no están, es darse un baño en la desilusión, es ser masoca, y que eso no ayuda a mirar al futuro para alcanzar nuevos retos en esta carrera que nos han impuesto de ser felices a toda costa, ser eficaces y lograr nuestros sueños.

Cuando la punzada de la prohibida nostalgia aparece la apartamos de nuestra mente a manotazos, para no sufrir innecesariamente, porque debemos ser optimistas y no deprimimos. Solo algunos valientes absorben algunas rápidas caladas a escondidas de nostalgia y continúan como si nada.

La tiranía de la cultura del "Be Happy" hace que perdamos uno de los sentimientos más conciliadores con el pasado de los que disponemos. La nostalgia nos consuela en momentos de desazón y nos recuerda qué era eso de sentirse feliz dándonos pistas de lo que podemos hacer ahora para lograrlo, a pesar de que las cosas no sean exactamente igual.

Por ejemplo, recuerdo mi barrio durante los años '80 perfectamente. Cada tienda, cada vecino, cada cine, cafetería, pandilla o tribu urbana pululante según qué zonas... sabía del vecino loco, del drogadicto y del gamberro, de los abuelos que vivían solos y del que había salido en la tele y se había hecho famoso y se había largado del barrio. Todo eso ha cambiado tanto que cada vez que regreso apenas reconozco caras, costumbres o establecimientos, tan solo me conecta con el pasado algún comercio de antaño que sobrevive tal cual era. Otras cosas han mejorado, claro, pero el sentimiento de que  "antes todo estaba más limpio y la gente era más educada" sigue aferrado a mí.  Piensas en aquel balcón donde pasaste tantas risas con gente que ya no sabes ni dónde está y miras de soslayo aquel local donde ponían bebidas hawaianas y la conversación y el flirteo eran tan fáciles. Esperamos toparnos al doblar la esquina con nuestros padres tal como eran antes, con un amigo o con el perro que tuvimos y sentir el reencuentro de momentos pasados irrecuperables.

El tufo de la nostalgia inunda ya todas las calles haciendo cerrar mis ojos y desear que, al abrirlos, aparezca ante ellos mi verdadero barrio, el que tengo aún en mi memoria y cuya verdadera alma sobrevive en los siguen allí de toda la vida.

Sí, la nostalgia puede atraparnos y ponernos tristes, por eso los cobardes la huyen, pero sin ella perderíamos la esencia de los buenos recuerdos, de las historias que contamos a nuestros hijos o a nosotros mismos y nos ayudan a fabricar hoy las nostalgias del futuro, como decía el poeta.

Se puede salir ileso y sin rasguños de nuestro encuentro con la nostalgia e incluso fortalecido. Podemos dejar que nos hable y recuerde cosas olvidadas para luego despedirla con un hasta luego. Miraremos nuestro presente con otros ojos y desearemos un futuro abonado con sus buenos sentimientos. Veremos el devenir de la vida como algo natural y nos reconciliaremos con el pasar de personas, modas y tiempos, porque todas las generaciones que nos precedieron la experimentaron de igual manera.

Así que dejad que la nostalgia ponga orden en vuestra mochila de viaje y la airee de vez en cuando porque puede que encontremos algo que nos ayude ahora y ni sabíamos que estaba ahí. Los buenos recuerdos nos llenan de sabiduría, experiencia y nuevos aprendizajes.

¿Nostalgia? ¡Sí, por favor, dos cucharaditas, no más!





De vez en cuando es bueno
ser consciente
de que hoy
de que ahora
estamos fabricando
las nostalgias
que descongelarán
algún futuro.

(Mario Benedetti)




 

"La verdadera patria del hombre es la infancia"

(Rainer Maria Rilke)




Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres....
ésas... ¡no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día....
ésas... ¡no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar,
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido..., desengáñate,
así... ¡no te querrán!

(Gustavo Adolfo Bécquer)